El desarrollo de proyectos puede verse como algo sistemático, una serie de pasos para alcanzar objetivos de manera eficiente con tiempo limitado. Esto generalmente se convierte en presión porque el proyecto funcione desde un principio, y nos puede paralizar cuando encontramos errores en el camino. Cuando se está en este punto, el desarrollo se convierte en un medio para un fin y nuestro enfoque se queda en la meta. Todo lo que se hace y se aprende a lo largo de cada paso y cada iteración se ve nublado, el proceso ya no se disfruta y la creatividad se apaga.

 

¿Qué pasaría si no hubiera límites?, ¿qué pasaría si creamos por curiosidad?, ¿o si dejamos fluir nuestra creatividad como cuando niños? En los últimos años, los makers se han dado a la tarea de recuperar esa capacidad de asombro al crear, de divertirse en cada paso del proceso y de apreciar el aprendizaje de cada tropiezo.

 

¿Y dónde se encuentran? En galerías, cocinas, talleres, laboratorios, … Cada maker tiene su área de expertise, pero su fortaleza viene de la comunidad que crean. Al rodearse de especialistas en distintas disciplinas, un maker aprende de otras áreas y forma alianzas que potencializan proyectos, combinando conocimiento, creatividad y diversión.